HUNZA 2001- Recordando a Alfonso

  

 

   En verano de 2001 cuatro amigos partimos hacia Pakistan, Kanu, Chemari, Alfonso y yo. La idea inicial, repetir una experiencia en montaña parecida a la del invierno del 99 en Nepal, donde escalamos la cara norte del Kusun Kanguru. Pero nuestra ilusión se vio truncada por el fatal accidente de montaña de nuestro compañero Alfonso Vizan mientras intentábamos escalar la cara norte del Bubli-mo-tin. Este duro golpe supuso, y aun supone, una pesadilla, junto con la perdida de un amigo y compañero de montaña imposible de reemplazar.
   Alfonso, pionero del alpinismo ligero extremo, fue un precursor y destacado montañero en los años 90. 
   En los duros y tristes momentos del rescate de nuestro amigo Alfonso, escribí unas lineas llenas de dolor, rabia y sentimiento. Sirvan mis palabras y el vídeo que las acompaña de recuerdo a este fenomenal alpinista y amigo madrileño.


   No quise mirar atrás, me sentía herido, hundido, muy enfadado. Siempre, a pesar de haber sido derrotado por la pared contra la que he luchado, miro hacia atrás y me despido de la montaña que tanto me ha hecho sufrir. Esta vez no quería, no podía, cabizbajo abandone el campo base sumido en la mayor de las tristezas. Kanu caminaba a mi lado, desanimado y silencioso, como si llevara una gran losa a la espalda. Bajábamos los dos portando una triste y dramática noticia, Alfonso había muerto y debíamos comunicárselo a su mujer Ninoska. Una y otra vez barajaba en mi cabeza la manera de comunicar a Ninos esta fatal noticia. Uno puede estar preparado para enfrentarse a los elementos naturales más adversos, puedes incluso pensar que por ello eres una persona valiente, pero el drama que estábamos viviendo me estaba dando terror, me tenía paralizado. Chema, el cuarto miembro de esta expedición, tubo que quedarse en el campo base a esperar la llegada del helicóptero para bajar el cuerpo de nuestro amigo. Iba  a pasar su treinta cumpleaños solo, y al igual que nosotros martirizándose por lo sucedido.


   Todas las cordilleras y montañas del mundo son diferentes, el tipo de formación y el clima las hace únicas. Las montañas del Karakorum y más concretamente las del valle de Hunza son por lo general de rocas muy blandas en su parte baja, a modo de cáscara, y de la cual emergen espectaculares formaciones graníticas cubiertas por amenazadores seracs. El clima en verano es muy caluroso, pudiendo pasar en altura, en el transcurso de la sombra al sol, del hielo vivo a una nieve sin consistencia, y esto muy rápidamente. Esto las hace muy peligrosas, existiendo un gran alto riesgo de desprendimientos de piedras y hielo. 
   De esto fuimos conscientes en nuestra fase de aclimatación en el glaciar Ultar, cuando quisimos acometer la ascensión del Lady Finger por su vertiente sur, y nos fue imposible ni tan siquiera acercarnos a la pared. La gran cantidad de piedras y hielo que caían por la canal de acceso a esta esbelta aguja nos lo impidió. La decisión fue unánime, intentar la escalada bajo esas condiciones era muy peligroso. No estábamos dispuestos a arriesgar, por lo que optamos por dar la vuelta a la montaña y probar suerte por su vertiente norte. 
   En una jornada muy larga y tras cruzar todo el glaciar Shispare, instalamos el campo base en un paraje de ensueño, Khaltar Harai. Nuestra montaña presentaba un aspecto inmejorable. El sol no iluminaba la pared hasta pasadas las once del mediodía, y desde las cuatro de la mañana que amanece en esta época veraniega, pensábamos que teníamos tiempo mas que suficiente para escalar el corredor de mil metros y llegar hasta el collado donde se juntan el Hunza peak y el Lady Finger. 
   A las cuatro de la mañana del día diecinueve de julio de 2001, los cuatro comenzamos a remontar las primeras rampas del corredor norte del Hunza peak. Hemos dividido todas las cargas en cuatro paquetes diferentes. Llevamos tres cuerdas, cuatro clavos y cuatro tornillos de hielo, unos friends, fisureros y seis cintas expres. Para vivaquear, dos tiendas ligeras, los sacos de dormir y comida para unos días. Las mochilas pesan y la altura también. 
   Pronto la diferencia de ritmo se hace notar entre nosotros. Escalamos desencordados por pendientes de 50º, yo marcho en cabeza y Alfonso me sigue. Este se da cuenta de que Chema se esta rezagando y se para a esperarle. Yo ajeno a todo lo que no sea el pedazo de hielo que tengo delante sigo golpeando y traccionando. Alcanzo el collado justo en el momento en que los primeros rayos de sol comienzan a penetrar por la ancha canal de hielo. Estoy a cinco mil setecientos metros y mis compañeros son tres puntitos quinientos metros mas abajo. Su avance es muy lento, están escalando a largos. El tiempo pasa muy deprisa. Me despierta del letargo un crujido de piedras, unos cascotes caen desde la pared del Hunza peak. Son las cinco de la tarde y Alfonso que viene en cabeza esta a tan solo doscientos metros del collado. Inexplicablemente una de las piedras rebota de tal forma que en su caída sobrepasa el canal de drenaje del corredor y se precipita directamente hacia mis compañeros. Alfonso es alcanzado por una de estas malditas piedras. Por suerte, y gracias a ese arrojo de supervivencia que tanto caracterizaba a Alfonso, consigue aferrarse a sus piolets. Kanu abandona la reunión y escala a toda prisa a prestar ayuda a su amigo. Yo dejo lo innecesario en el vivaque y destrepo rápidamente. Cuando llego Kanu ya esta atendiendo a Alfonso. Su mirada me lo dice todo, la piedra le ha fracturado la cadera y pierde muchísima sangre. Intentamos reducirle la hemorragia utilizando la colchoneta, se la enrollamos alrededor de la cadera fijándola fuertemente con unos cordinos. Este trabajo es muy complicado, pues estamos colgados de nuestros arneses sobre una pared de hielo de 60º. Sin estar muy satisfechos de la inmovilización realizada comenzamos a descender al herido. La técnica es simple pero a la vez laboriosa; uno de nosotros guía a Alfonso, lo trasporta y lo ancla a una reunión que improvisa sobre tornillos de hielo a cada tope de cuerda. Él último en bajar prepara un puente de hielo y rappela recuperando todo el material. Así sucesivamente durante toda la noche y hasta alcanzar la base de la canal. Alfonso durante este agónico descenso fallece desangrado. Serian las once del mediodía del día veinte de julio de 2001 cuando tras montar la pequeña tienda de vivac en un extremo del glaciar, introducíamos el cuerpo de Alfonso envuelto en su saco de dormir. Fue aquí donde las lagrimas mojaron nuestros ojos, fue aquí donde le deseamos de todo corazón un descanso eterno.



   Estoy cuestionando mi ambición de escalar montañas. He estado conversando con Philipe, un miembro de la expedición Francesa que intentaba la apertura del pilar sur del Hunza peak, el tambien esta muy afectado, no solamente por la muerte de nuestro compañero, sino por su propia experiencia, me decía que era demasiado arriesgado, el pensaba dejar de escalar montañas. Mi remordimiento no viene por lo que nosotros podamos sufrir ante un accidente, sino por el dolor que hacemos padecer a los nuestros. Pienso en Ninoska y Olmo, pienso en mi mujer Isa. No aguanto mas, no puedo estar más tiempo sentado en esta oficina. Hace tres días que sucedió el accidente; el teléfono nunca funciona, sigue lloviendo y hoy tampoco vendrá el helicóptero. Chema y Arif están arriba con cinco porteadores intentando bajar el cuerpo de Alfonso del glaciar superior al campo base. Y yo estoy aquí, comiéndome la cabeza, torturándome. Necesito hacer algo, agarrar a Alfonso y llevarlo a casa. 
   Salto de la incomoda silla y me despido, seguramente, de forma muy descortés. Corro en busca de Ragmag, el hermano pequeño de Karin, nuestro alegre amigo. Le explico que necesito que me acompañe hasta el campo base del Shispare glaciar. Lo comprende. Meto solamente lo justo dentro de la mochila; el saco de dormir, la chamarra y un poco de agua. Corremos intentando mantener el equilibrio por encima de la estrecha canal de aguas sobre el pueblo de Aliabad, es un atajo y nos ara adelantar algo de tiempo. Habíamos salimos tarde de Karimabad y si no andamos rápido nos agarrara la noche. Por suerte ha parado de llover y eso nos tranquiliza; la lluvia hace que caigan muchas piedras por estos inestables terraplenes, y por las historias y sucesos que me va contando entre jadeos Ragmag, mejor que sea así. El tramo mas complicado de este intrincado camino es cuando penetra en el glaciar. Hay que saltar y sortear muchas grietas, subir y bajar morrenas de hielo con piedras sueltas y arenas traicioneras. Me voy haciendo a la idea de lo que nos puede costar bajar el cuerpo de Alfonso por este escabroso terreno si no viene el helicóptero. El resto del camino es más llevadero, aprovecha los derrubios laterales y se puede intuir un sendero. Divisamos cuatro personas que bajan por este angosto camino. Son Chema y Arif, y sus demacrados rostros muestran lo agotados que están. Nos cuentas como fue la extenuante jornada de bajar el cuerpo de Alfonso hasta el campo base, de como sufrieron bajo la lluvia y el miedo por la continua caída de piedras. Yo les informo de como esta el tema del helicóptero, y pido a Arif que si el tiempo no mejora suba con otros seis porteadores para intentar bajar el cuerpo de Alfonso por tierra. Arriba se a quedado Karin con dos compañeros. Llegamos a Khaltar Harai y en la borda no hay nadie. Alfonso descansa bajo un monolito de roca. Hacemos fuego y nos quitamos nuestras botas mojadas. Buscamos entre los restos de comida de expedición y solamente quedan unos pocos sobres de sopa y algo de pasta precocinada Karin, ante la idea de quedarse esa noche con tan triste cena, se ha marchado a la borda de Shispare, una hora larga mas arriba. Miro a Ramag y su cara me lo dice todo, volvemos a calzarnos las botas mojadas y apagamos el fuego. Con las últimas luces del día nos ponemos en marcha hacia la borda del pastor de Shispare. A duras penas veo el estrecho sendero, justo diviso la siguiente piedra en la que tengo que pisar. Intentando cruzar el agitado rio glaciar de Bojohaghur Duanasir de un salto, el brinco se me queda corto y caigo con las dos piernas en el agua profunda y helada, cubría mas de lo que pensaba. Con los pies chapoteando dentro de las botas, subo los últimos metros del derrubio que lleva al llano de Shispare. En la oscuridad, a lo lejos, distinguimos una tenue luz, es el resplandor de un fuego que intenta escapar a través de una pequeña ventana. Golpeamos tímidamente en la rustica puerta, y al instante somos recibidos con una cálida sonrisa, nos hacen pasar y nos hacen un hueco al lado del fuego. Aquí viven dos pastores en la temporada de verano con innumerables cabras y ovejas. Producen un exquisito queso fresco y una energética y fuerte mantequilla. Como siempre me ceden el mejor sitio al lado del fuego y me acercan un gran cuenco lleno de queso que voy comiendo junto con chapatis. Me hacen llegar también un gran tazón de lassi, el agrio yogurt que elaboran con sus propias manos. Mereció la pena esa hora extra de caminata, es agradable la compañía y la comida me sabe a delicioso manjar. Ha comenzado a llover. Cuento a mis amigos como está el tema del helicóptero, que si el tiempo no mejora tendremos que bajar a Alfonso a nuestras espaldas. Pero eso será mañana, ahora cada uno va a buscar un sitio para echarse y intentar descansar entre la mullida paja. 



   No deja de llover en toda la noche, y la mañana amanece gris y húmeda. Después de tomar un té me despido de los pastores agradeciéndoles sinceramente su hospitalidad. No tenemos suerte con el tiempo y estoy convencido de que Arif vendra con sus amigos para bajar a Alfonso. 
   Hace frio y nos vemos obligados a encender fuego para secarnos en Khathar Harai. El día se hace eternamente largo. A mediodía para de llover y por la tarde se empiezan a ver algunos claros entre las compactas nubes. Un extraño ruido nos hace levantar al unísono la cabeza y agudizar el oído. No es un sonido que venga del constante movimiento del glaciar, o de un enorme bloque al desprenderse, tan siquiera es una avalancha, es un rumor disonante, mecánico, es el ruido de un rotor. Efectivamente, dos helicópteros emergen de entre las nubes. Brincamos y comenzamos a agitar enérgicamente los brazos, diviso a Chema y Arif. Colocamos el cuerpo de Alfonso en la camilla y lo introducimos en uno de los helicópteros, me siento en el suelo junto a el. Despegamos y nos alejamos, bajamos en picado, dejándolo todo detrás; Khatar Harai, Karimabad, el valle de Hunza, nos llevan a Gilgit. El delegado de Mundial Assistan nos espera en el helipuerto y se hace cargo de nuestro amigo. Ahora nos esperan otros problemas. Primero sortear los pesados tramites burocráticos, y por ultimo, enfrentarnos con la realidad; el miedo y la tristeza.




   Yo no quiero morir en la montaña,  Alfonso tampoco quería matarse en ella. Pero creo que esta azarosa vida merece la pena. A mi me ha dado la ilusión para intentar mejorarme, tener metas y luchar por ellas, disfrutar y tener ganas de vivir. Además, anhelo contar a mis hijos, nietos y amigos mis experiencias y sensaciones en la montaña. 
  Y creo que Alfonso era parejo. Escalar, escala mucha gente, pero los que en realidad adquieren un verdadero compromiso con la montaña, y le ponen verdadero interés al como; estilo, son muy pocos. He perdido un amigo y un gran compañero de cordada con el cual me identificaba plenamente en su filosofía alpina. Me niego a considerar inútil su muerte, y en general toda su carrera montañera. Subir montañas por el simple placer de vivir sensaciones, conscientes siempre de los riesgos que esto conlleva, es una forma tan licita como otra cualquiera de sobrellevar esta vida terrenal.